Hoy se cumplen 40 años desde el secuestro y
desaparición de mi padre. Íbamos en un bus camino al colegio con mi madre,
María Teresa, mi hermano, Alvaro, de tres años y yo.
Varios vehículos del Comando Conjunto interceptaron
nuestro traslado y hombres armados redujeron a mi viejo. Yo iba sentado con él.
Nunca lo volvimos a ver.
Nunca lo volvimos a ver.
El agente Valenzuela confesó en 1985 que lo mataron en
el Cajón del Maipo.
El juicio esta ad portas de ser fallado en primera
instancia. Cuesta entender tanta demora. Cuatro décadas.
Si hoy me encontrara con mi viejo creo que me costaría
explicarle como fue secuestrada también el alma de Chile, como fueron
privatizados los derechos sociales, la política exterior, el financiamiento de
la política.
Debería contarle que algunos de sus grandes amigos hoy
defienden a Ponce Lerou, los Penta y Longueira.
Debería explicarle que la élite política busca siempre
formas de defender sus privilegios, amordazando a la prensa o legislando para
que los dirigentes sociales no puedan postular al Congreso.
Debería explicar que aun hoy, según cifras del propio
Ministerio de Educación, existen unos 1.800 colegios sin agua caliente y otros
70 con letrinas. En pleno siglo XXI.
Debería explicarle que el país destinó unos 14.000
millones de dólares a la compra de armas desde el 2000. Lo suficiente para
resolver las carencias en infraestructura sanitaria y educacional que el país
necesita.
Pero sobre todo le diría que sus amigos de antaño y
jóvenes que nunca conoció le harán un homenaje este miércoles. Que muchos lo
recuerdan con afecto profundo.
Le explicaría, que pese a todo, cada uno de los que
hoy no están nos regalaron la memoria, el sueño irreverente por un mañana justo
y solidario, la esperanza por el recate de la humanidad. Por la igualdad de
derechos y el respeto entre culturas y pueblos.
Le daría las gracias y me tomaría una copa de vino en
honor a nuestra historia y su vida.
Por Mauricio Weibel.
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