Es consenso dentro de la
izquierda y sus análisis que el ciclo de movilizaciones sociales iniciado el
2006 y que se expresó con mayor fuerza el 2011 llegó a remecer al país en lo
más profundo de sus cimientos heredados por la dictadura. Las expresiones masivas
estudiantiles, de trabajadores, medioambientales o territoriales lograron poner
en cuestión el modelo económico, cultural y político de consenso instalado por
los militares y perpetuado por el binomio Concertación/Derecha durante más de
20 años de “transición”.
En ese sentido, las
movilizaciones hicieron aparecer cuestionamientos al modelo de desarrollo, a la
educación, la salud, la previsión, la política y la cultura que antes eran
marginales, y que se expresan en la necesidad que tuvo el bloque del poder de
hacerse cargo de las demandas sociales y elaborar una pauta de reformas que no
tocaran los problemas de fondo. Pese a la timidez de los cambios impulsados por
la Nueva Mayoría y a la intervención de los sectores de derecha, conservadores
y empresariales para disminuir o congelar las caras progresistas de las
medidas, hoy podemos decir que Chile ha iniciado un camino de cambio del cual
los movimientos sociales deberán seguir haciéndose cargo si no quieren que el
ánimo se diluya en las manos de los mismos de siempre.
Así como el ciclo de los
últimos años puso sobre el tapete al modelo y le restó legitimidad, también
logró acelerar la crisis de representatividad de los partidos políticos
tradicionales. Aquellas agrupaciones ligadas a la Concertación y a la derecha
venían incubando lentamente un sentimiento de despolitización y orfandad
política en la gente al no hacerse cargo de las necesidades país y gobernar,
uno y otro, en pos de los grandes intereses privados. Esto se demuestra en que
ya para el año 2005, el modelo político no pudo sostenerse sin un caudillo
mediático como lo fue, y es todavía, Michelle Bachelet, ante el nulo interés e
identificación masiva con uno de los grandes conglomerados que pautearon los
primeros 15 años de consenso desde la salida de la dictadura.
Pasando por un gobierno de
derecha que desvaneció toda su promesa de “cambio” y habiendo retornado
Bachelet al gobierno, el golpe de gracia a la legitimidad del bloque en el
poder vendría finalmente de la mano de los casos de corrupción que comenzaron a
estallar el año 2014. Penta, SQM, Ley de Pesca, Caval y las colusiones
empresariales revelaron con claridad que los partidos políticos tradicionales
se convirtieron en máquinas clientelares con una ética nula y dispuestas a
servir a un empresariado sin escrúpulos.
La descomposición del sistema
político puede verse en las encuestas, que dan alrededor de un 10% de
legitimidad tanto a la Nueva Mayoría como a la derecha, mientras que en las
mediciones de posibles candidatos presidenciales, pocos superan el margen del
20%. Los casos de corrupción además tocaron a figuras que hasta antes de esta
coyuntura eran carta segura para perpetuar el ciclo de consenso, como Bachelet,
Piñera e incluso Marco Enríquez-Ominami.
Todo esto ha roto definitivamente
el panorama político al cual nos acostumbramos en la transición, generando una
profunda desafección de la gente con la política y dejando el escenario abierto
para la emergencia de nuevas fuerzas, caudillos o liderazgos.
El necesario protagonismo de la
izquierda
La pregunta crucial en este
momento es quién o quiénes llegarán a tomar el lugar vacío que están dejando
los bloques tradicionales. Desde la derecha y los sectores conservadores,
personajes como Manuel José Ossandón, Andrés Velasco y grupos como Amplitud o
Ciudadanos ya han optado por diferenciarse de los partidos tradicionales y
enarbolar un discurso populista de derecha, sin que hasta ahora hayan logrado
mayores resultados.
Desde la izquierda,
lamentablemente, el panorama es más complejo. Pese a que la situación política
es propicia para el surgimiento de nuevas voces con ideas frescas y de
avanzada, hasta ahora los sectores progresistas y los de intención
revolucionaria no han tenido la capacidad de construir uno o más referentes que
atraigan a los millones de decepcionados por la política tradicional que,
además, hacen profundos cuestionamientos al modelo.
La natural complicación para
levantar organizaciones y el estado de reconstrucción de las fuerzas de
izquierda luego del aniquilamiento dictatorial y la desafección de la
transición, se suman a un elemento nuevo en la historia reciente. El paso del
Partido Comunista a la Nueva Mayoría deshizo el tradicional polo de izquierda
chileno que en mayor o menor medida giraba orgánica o políticamente alrededor
del PC. Asimismo, la complicada posición del PC de ser gobierno y a la vez
diferenciarse del bloque en el poder, de su lealtad con un proceso retrocede y
su control sobre las organizaciones de masas, ha llevado a que hoy por hoy,
pese a su programa de izquierda y al aporte innegable de su militancia y sus
representantes en el parlamento o municipalidades, el PC no sea la fuerza
transformadora que pueda nuclear masivamente los anhelos de cambio.
Todos estos factores presentan
un panorama nuevo e incierto para la izquierda, pero a la vez una gran
oportunidad. La deslegitimación del bloque en el poder y el cuestionamiento a
las bases del modelo son dos factores que llaman a la irrupción de fuerzas
diferentes que rompan con la tradición consensual, propongan una nueva política
e impulsen transformaciones radicales. Un momento similar al que en otros
países posibilitó el surgimiento, por ejemplo, del chavismo, en Venezuela; el
MAS, en Bolivia; y recientemente el caso de Podemos, en España.
Por ello no es casual que hoy,
con muchas limitaciones aún, la izquierda madura que se ha forjado al calor del
ciclo de movilizaciones, esté planteándose la disputa nacional y la
construcción de organización de masas. En este contexto, podemos identificar al
menos cuatro fuerzas que representan a esta “nueva izquierda”: Revolución
Democrática, Izquierda Autónoma, el sector nucleado en torno a la Unión
Nacional Estudiantil y Fundación Emerge, y la Izquierda Libertaria.
Estas organizaciones, con sus
diferencias y distintos niveles de desarrollo, han madurado y, no exentas de
experiencias no muy buenas como la candidatura presidencial de Marcel Claude,
están entendiendo lentamente que para llegar a las masas mayormente
despolitizadas del país y plantearse la disputa real, no basta con un buen
trabajo de base a nivel estudiantil o territorial, con un mero discurso radical
ni con la discusión entre los círculos cerrados de la izquierda, sino que debe
darse el salto masivo para hablarle al país y proponer una alternativa real, que
aún no existe, a los conglomerados tradicionales.
Asimismo, figuras como Giorgio
Jackson, Gabriel Boric o Cristian Cuevas, representan, en distintos grados, una
nueva cara de la política y liderazgos mediáticos que pueden ser muy bien
aprovechados por las fuerzas de izquierda en beneficio de las personas.
En este sentido, las elecciones
municipales del 2016 y presidenciales/parlamentarias del 2017 son una coyuntura
crucial en la cual se va a jugar en gran parte la emergencia de las nuevas
fuerzas y su capacidad de llegar al país. El momento anteriormente descrito
debe ser aprovechado por la izquierda para meterse de una vez por todas en la
política nacional si es que no quiere quedar marginada de un nuevo ciclo
político incierto, que traerá un reacomodo de las fuerzas y estará marcado por
el cambio constitucional.
Como Izquierda Libertaria hace
tiempo tomamos la decisión de incidir en la disputa institucional contemplando
la participación en elecciones, lo que en la coyuntura municipal tendrá su
expresión en candidaturas como la de Doris González en Estación Central.
Asimismo, Izquierda Autónoma ya proyecta candidaturas en Magallanes y
Valparaíso, mientras que Revolución Democrática está culminando su proceso de
constitución legal de manera exitosa y también anuncia candidaturas en
distintos lugares. Estos procesos se suman a otros de interés como la
constitución de la Unión Patriótica o las experiencias anteriores del Partido
Igualdad.
Pese a estos datos alentadores,
la nueva izquierda no actúa de manera unitaria y carece de un programa nacional
claro, lo que dificulta su posicionamiento como alternativa real al duopolio
Nueva Mayoría/Chile Vamos. Por esto, es imprescindible dar un paso conjunto
hacia adelante e impulsar una convergencia PROGRAMÁTICA que apueste a la unidad
y que pueda proyectarse a futuro en un pacto político-electoral como primer
paso para la configuración de un polo de izquierda que atraiga masivamente a
los sin militancia y decepcionados, y que lleve adelante reformas profundas que
vayan en la línea de una Ruptura Democrática. Todo esto bajo la perspectiva de
una fuerza política diversa y democrática, que se diferencie radicalmente de
los partidos tradicionales, con completa independencia del bloque en el poder
(empresariado y partidos cooptados por éste), proponiendo una nueva política
transparente y alejándose totalmente de la corrupción y el financiamiento de
los grupos de interés.
Esta alianza no es difícil,
puesto que existe un consenso tácito entre la mayoría de la izquierda de las
reformas y líneas necesarias para el corto y mediano plazo. Pese a diferencias
ideológicas y estratégicas, hoy son más los elementos programáticos que nos
unen, precisamente porque han sido levantados desde los mismos movimientos
sociales: reforma laboral real y profunda que empodere a las y los
trabajadores, educación pública y gratuita, salud pública de calidad, nuevo
sistema de pensiones, impulso a agendas ecológicas, multiculturales y
feministas; por nombrar sólo algunas áreas.
Esta alianza, sin embargo, debe
cuidarse de innovar para no ser lo mismo que el Juntos Podemos Más: un pacto de
organizaciones que, pese a su importancia como hito unitario de la izquierda en
su momento, nunca pudo ser un referente masivo y disputar electoralmente al
bloque en el poder. Hoy la coyuntura es distinta a la de la década del 2000, y
ello requiere que esta nueva izquierda junte a sus organizaciones, pero sin
perder de vista que sólo la capacidad de atraer a los millones que no militan,
podrá hacer un peso real. En esta línea, espacios intermedios de participación
y llamados abiertos a construir programa son una buena idea para integrar a la
gente. El ejemplo de Podemos en España es interesante en este sentido,
demostrando que no debe ser una reunión entre jefes de partido la que decida el
futuro del país, sino las mismas personas a través de la participación directa.
Hoy el país pide a gritos una
alternativa política en la cual depositar su confianza y que le dé garantías de
transparencia, honestidad y radicalidad sin transar con los sectores
conservadores. Es la oportunidad para que la izquierda tome ese lugar y deje de
una vez por todas la marginalidad y el encierro en Federaciones estudiantiles o
unos cuantos sindicatos. Pero que no se malentienda: esta Nueva Izquierda debe
salir a la luz, dar el debate nacional y disputar electoralmente, pero siempre
anclada en los movimientos sociales, nutriéndose de ellos y respetando su
autonomía.
Ideas para un programa alternativo
Como esbozaba anteriormente,
una fuerza alternativa en la coyuntura actual debe posicionarse, primero que
todo, como una alternativa ética: tolerancia cero a la corrupción, el
clientelismo o el financiamiento poco claro. Debemos ser los representantes de
una nueva forma de hacer política que se aleje radicalmente de las prácticas
instaladas en el escenario actual.
Con ese elemento cruzando la
apuesta, se debe poner encima de la mesa reformas concretas y profundas que
vayan en la línea de las necesidades del país y de lo planteado por los
movimientos sociales: educación pública, gratuita y de calidad, salud digna y
gratuita, fin a las AFP, soberanía sobre los recursos naturales, asamblea
constituyente, reforma laboral profunda, multiculturalidad, derechos sexuales y
reproductivos, entre otros. Estos deben tener una bajada concreta para el caso
de los municipios o territorios, pensando en medidas e iniciativas reales que
golpeen al modelo desde lo más mínimo. Un buen ejemplo de ello son las
Farmacias y Ópticas Populares ideadas por la alcaldía comunista de Recoleta, y
que hoy se extienden a lo largo del país. Este programa, pensado desde la
Ruptura Democrática, debe tener dos objetivos concretos: mejorar el nivel de
vida del pueblo mediante formas de redistribución de la riqueza, y abrir un
nuevo ciclo en la lucha anticapitalista en la cual las fuerzas populares estén
en un mejor pie político, legal y orgánico que el actual.
Además del programa de reformas y
medidas, esta nueva izquierda también debe impulsar la democratización de la
toma de decisiones a todo nivel, logrando involucrar a las personas en la
construcción de sus vidas y desconcentrando el poder de decisión en el país. A
nivel macro, mucho de esto se jugará en la nueva Constitución y el poder que
tenga el ejecutivo, el parlamento y la capacidad de hacer plebiscitos y
consultas populares. Más en lo concreto, a nivel territorial, se debe optar por
abrir espacios de participación directa y vinculante que involucren a las
personas en el nuevo ciclo y las acostumbren a decidir, tal como lo hiciera el
movimiento de pobladores Ukamau con su proyecto de vivienda “Maestranza”.
Por último, y un factor importante
para proyectar el surgimiento de una fuerza unitaria, es dejar de lado el
sectarismo y encontrar las convergencias necesarias tanto dentro como fuera.
Esto pasa por diferenciar, por ejemplo, las apuestas a nivel estudiantil, donde
la izquierda se puede “dar el lujo” de disputar entre sí, con la apuesta
nacional. Asimismo, debemos clarificar desde un principio la relación con el
Partido Comunista, que debe ser, según mi apreciación, de colaboración en todo
lo posible para impulsar una agenda de cambios profundos.
Nuestras jóvenes organizaciones
tienen un gran desafío, y para ello deben apostar a la unidad sin perder sus
particularidades ni perspectivas propias de construcción que, en la mayoría de
los casos, superan lo electoral y se proyectan a largo plazo con perspectiva
revolucionaria. Sin embargo, debemos entender que la actualidad nos obliga a
tomar decisiones para salir de la marginalidad y dar un salto hacia la política
de masas. Esto requiere vocación unitaria y claridad programática que debe ser
desarrollada por todos y todas con rapidez, respeto mutuo y sin perder jamás la
radicalidad que nos ha dado la lucha en todos los frentes.
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