viernes, 27 de mayo de 2016

La oportunidad de la izquierda para irrumpir como alternativa país. Por Mario Arredondo


Es consenso dentro de la izquierda y sus análisis que el ciclo de movilizaciones sociales iniciado el 2006 y que se expresó con mayor fuerza el 2011 llegó a remecer al país en lo más profundo de sus cimientos heredados por la dictadura. Las expresiones masivas estudiantiles, de trabajadores, medioambientales o territoriales lograron poner en cuestión el modelo económico, cultural y político de consenso instalado por los militares y perpetuado por el binomio Concertación/Derecha durante más de 20 años de “transición”.

En ese sentido, las movilizaciones hicieron aparecer cuestionamientos al modelo de desarrollo, a la educación, la salud, la previsión, la política y la cultura que antes eran marginales, y que se expresan en la necesidad que tuvo el bloque del poder de hacerse cargo de las demandas sociales y elaborar una pauta de reformas que no tocaran los problemas de fondo. Pese a la timidez de los cambios impulsados por la Nueva Mayoría y a la intervención de los sectores de derecha, conservadores y empresariales para disminuir o congelar las caras progresistas de las medidas, hoy podemos decir que Chile ha iniciado un camino de cambio del cual los movimientos sociales deberán seguir haciéndose cargo si no quieren que el ánimo se diluya en las manos de los mismos de siempre.

Así como el ciclo de los últimos años puso sobre el tapete al modelo y le restó legitimidad, también logró acelerar la crisis de representatividad de los partidos políticos tradicionales. Aquellas agrupaciones ligadas a la Concertación y a la derecha venían incubando lentamente un sentimiento de despolitización y orfandad política en la gente al no hacerse cargo de las necesidades país y gobernar, uno y otro, en pos de los grandes intereses privados. Esto se demuestra en que ya para el año 2005, el modelo político no pudo sostenerse sin un caudillo mediático como lo fue, y es todavía, Michelle Bachelet, ante el nulo interés e identificación masiva con uno de los grandes conglomerados que pautearon los primeros 15 años de consenso desde la salida de la dictadura.

Pasando por un gobierno de derecha que desvaneció toda su promesa de “cambio” y habiendo retornado Bachelet al gobierno, el golpe de gracia a la legitimidad del bloque en el poder vendría finalmente de la mano de los casos de corrupción que comenzaron a estallar el año 2014. Penta, SQM, Ley de Pesca, Caval y las colusiones empresariales revelaron con claridad que los partidos políticos tradicionales se convirtieron en máquinas clientelares con una ética nula y dispuestas a servir a un empresariado sin escrúpulos.

La descomposición del sistema político puede verse en las encuestas, que dan alrededor de un 10% de legitimidad tanto a la Nueva Mayoría como a la derecha, mientras que en las mediciones de posibles candidatos presidenciales, pocos superan el margen del 20%. Los casos de corrupción además tocaron a figuras que hasta antes de esta coyuntura eran carta segura para perpetuar el ciclo de consenso, como Bachelet, Piñera e incluso Marco Enríquez-Ominami.
Todo esto ha roto definitivamente el panorama político al cual nos acostumbramos en la transición, generando una profunda desafección de la gente con la política y dejando el escenario abierto para la emergencia de nuevas fuerzas, caudillos o liderazgos.

El necesario protagonismo de la izquierda

La pregunta crucial en este momento es quién o quiénes llegarán a tomar el lugar vacío que están dejando los bloques tradicionales. Desde la derecha y los sectores conservadores, personajes como Manuel José Ossandón, Andrés Velasco y grupos como Amplitud o Ciudadanos ya han optado por diferenciarse de los partidos tradicionales y enarbolar un discurso populista de derecha, sin que hasta ahora hayan logrado mayores resultados.

Desde la izquierda, lamentablemente, el panorama es más complejo. Pese a que la situación política es propicia para el surgimiento de nuevas voces con ideas frescas y de avanzada, hasta ahora los sectores progresistas y los de intención revolucionaria no han tenido la capacidad de construir uno o más referentes que atraigan a los millones de decepcionados por la política tradicional que, además, hacen profundos cuestionamientos al modelo.

La natural complicación para levantar organizaciones y el estado de reconstrucción de las fuerzas de izquierda luego del aniquilamiento dictatorial y la desafección de la transición, se suman a un elemento nuevo en la historia reciente. El paso del Partido Comunista a la Nueva Mayoría deshizo el tradicional polo de izquierda chileno que en mayor o menor medida giraba orgánica o políticamente alrededor del PC. Asimismo, la complicada posición del PC de ser gobierno y a la vez diferenciarse del bloque en el poder, de su lealtad con un proceso retrocede y su control sobre las organizaciones de masas, ha llevado a que hoy por hoy, pese a su programa de izquierda y al aporte innegable de su militancia y sus representantes en el parlamento o municipalidades, el PC no sea la fuerza transformadora que pueda nuclear masivamente los anhelos de cambio.

Todos estos factores presentan un panorama nuevo e incierto para la izquierda, pero a la vez una gran oportunidad. La deslegitimación del bloque en el poder y el cuestionamiento a las bases del modelo son dos factores que llaman a la irrupción de fuerzas diferentes que rompan con la tradición consensual, propongan una nueva política e impulsen transformaciones radicales. Un momento similar al que en otros países posibilitó el surgimiento, por ejemplo, del chavismo, en Venezuela; el MAS, en Bolivia; y recientemente el caso de Podemos, en España.

Por ello no es casual que hoy, con muchas limitaciones aún, la izquierda madura que se ha forjado al calor del ciclo de movilizaciones, esté planteándose la disputa nacional y la construcción de organización de masas. En este contexto, podemos identificar al menos cuatro fuerzas que representan a esta “nueva izquierda”: Revolución Democrática, Izquierda Autónoma, el sector nucleado en torno a la Unión Nacional Estudiantil y Fundación Emerge, y la Izquierda Libertaria.

Estas organizaciones, con sus diferencias y distintos niveles de desarrollo, han madurado y, no exentas de experiencias no muy buenas como la candidatura presidencial de Marcel Claude, están entendiendo lentamente que para llegar a las masas mayormente despolitizadas del país y plantearse la disputa real, no basta con un buen trabajo de base a nivel estudiantil o territorial, con un mero discurso radical ni con la discusión entre los círculos cerrados de la izquierda, sino que debe darse el salto masivo para hablarle al país y proponer una alternativa real, que aún no existe, a los conglomerados tradicionales.

Asimismo, figuras como Giorgio Jackson, Gabriel Boric o Cristian Cuevas, representan, en distintos grados, una nueva cara de la política y liderazgos mediáticos que pueden ser muy bien aprovechados por las fuerzas de izquierda en beneficio de las personas.

En este sentido, las elecciones municipales del 2016 y presidenciales/parlamentarias del 2017 son una coyuntura crucial en la cual se va a jugar en gran parte la emergencia de las nuevas fuerzas y su capacidad de llegar al país. El momento anteriormente descrito debe ser aprovechado por la izquierda para meterse de una vez por todas en la política nacional si es que no quiere quedar marginada de un nuevo ciclo político incierto, que traerá un reacomodo de las fuerzas y estará marcado por el cambio constitucional.

Como Izquierda Libertaria hace tiempo tomamos la decisión de incidir en la disputa institucional contemplando la participación en elecciones, lo que en la coyuntura municipal tendrá su expresión en candidaturas como la de Doris González en Estación Central. Asimismo, Izquierda Autónoma ya proyecta candidaturas en Magallanes y Valparaíso, mientras que Revolución Democrática está culminando su proceso de constitución legal de manera exitosa y también anuncia candidaturas en distintos lugares. Estos procesos se suman a otros de interés como la constitución de la Unión Patriótica o las experiencias anteriores del Partido Igualdad.

Pese a estos datos alentadores, la nueva izquierda no actúa de manera unitaria y carece de un programa nacional claro, lo que dificulta su posicionamiento como alternativa real al duopolio Nueva Mayoría/Chile Vamos. Por esto, es imprescindible dar un paso conjunto hacia adelante e impulsar una convergencia PROGRAMÁTICA que apueste a la unidad y que pueda proyectarse a futuro en un pacto político-electoral como primer paso para la configuración de un polo de izquierda que atraiga masivamente a los sin militancia y decepcionados, y que lleve adelante reformas profundas que vayan en la línea de una Ruptura Democrática. Todo esto bajo la perspectiva de una fuerza política diversa y democrática, que se diferencie radicalmente de los partidos tradicionales, con completa independencia del bloque en el poder (empresariado y partidos cooptados por éste), proponiendo una nueva política transparente y alejándose totalmente de la corrupción y el financiamiento de los grupos de interés.

Esta alianza no es difícil, puesto que existe un consenso tácito entre la mayoría de la izquierda de las reformas y líneas necesarias para el corto y mediano plazo. Pese a diferencias ideológicas y estratégicas, hoy son más los elementos programáticos que nos unen, precisamente porque han sido levantados desde los mismos movimientos sociales: reforma laboral real y profunda que empodere a las y los trabajadores, educación pública y gratuita, salud pública de calidad, nuevo sistema de pensiones, impulso a agendas ecológicas, multiculturales y feministas; por nombrar sólo algunas áreas.

Esta alianza, sin embargo, debe cuidarse de innovar para no ser lo mismo que el Juntos Podemos Más: un pacto de organizaciones que, pese a su importancia como hito unitario de la izquierda en su momento, nunca pudo ser un referente masivo y disputar electoralmente al bloque en el poder. Hoy la coyuntura es distinta a la de la década del 2000, y ello requiere que esta nueva izquierda junte a sus organizaciones, pero sin perder de vista que sólo la capacidad de atraer a los millones que no militan, podrá hacer un peso real. En esta línea, espacios intermedios de participación y llamados abiertos a construir programa son una buena idea para integrar a la gente. El ejemplo de Podemos en España es interesante en este sentido, demostrando que no debe ser una reunión entre jefes de partido la que decida el futuro del país, sino las mismas personas a través de la participación directa.

Hoy el país pide a gritos una alternativa política en la cual depositar su confianza y que le dé garantías de transparencia, honestidad y radicalidad sin transar con los sectores conservadores. Es la oportunidad para que la izquierda tome ese lugar y deje de una vez por todas la marginalidad y el encierro en Federaciones estudiantiles o unos cuantos sindicatos. Pero que no se malentienda: esta Nueva Izquierda debe salir a la luz, dar el debate nacional y disputar electoralmente, pero siempre anclada en los movimientos sociales, nutriéndose de ellos y respetando su autonomía.

Ideas para un programa alternativo

Como esbozaba anteriormente, una fuerza alternativa en la coyuntura actual debe posicionarse, primero que todo, como una alternativa ética: tolerancia cero a la corrupción, el clientelismo o el financiamiento poco claro. Debemos ser los representantes de una nueva forma de hacer política que se aleje radicalmente de las prácticas instaladas en el escenario actual.

Con ese elemento cruzando la apuesta, se debe poner encima de la mesa reformas concretas y profundas que vayan en la línea de las necesidades del país y de lo planteado por los movimientos sociales: educación pública, gratuita y de calidad, salud digna y gratuita, fin a las AFP, soberanía sobre los recursos naturales, asamblea constituyente, reforma laboral profunda, multiculturalidad, derechos sexuales y reproductivos, entre otros. Estos deben tener una bajada concreta para el caso de los municipios o territorios, pensando en medidas e iniciativas reales que golpeen al modelo desde lo más mínimo. Un buen ejemplo de ello son las Farmacias y Ópticas Populares ideadas por la alcaldía comunista de Recoleta, y que hoy se extienden a lo largo del país. Este programa, pensado desde la Ruptura Democrática, debe tener dos objetivos concretos: mejorar el nivel de vida del pueblo mediante formas de redistribución de la riqueza, y abrir un nuevo ciclo en la lucha anticapitalista en la cual las fuerzas populares estén en un mejor pie político, legal y orgánico que el actual.

Además del programa de reformas y medidas, esta nueva izquierda también debe impulsar la democratización de la toma de decisiones a todo nivel, logrando involucrar a las personas en la construcción de sus vidas y desconcentrando el poder de decisión en el país. A nivel macro, mucho de esto se jugará en la nueva Constitución y el poder que tenga el ejecutivo, el parlamento y la capacidad de hacer plebiscitos y consultas populares. Más en lo concreto, a nivel territorial, se debe optar por abrir espacios de participación directa y vinculante que involucren a las personas en el nuevo ciclo y las acostumbren a decidir, tal como lo hiciera el movimiento de pobladores Ukamau con su proyecto de vivienda “Maestranza”.
Por último, y un factor importante para proyectar el surgimiento de una fuerza unitaria, es dejar de lado el sectarismo y encontrar las convergencias necesarias tanto dentro como fuera. Esto pasa por diferenciar, por ejemplo, las apuestas a nivel estudiantil, donde la izquierda se puede “dar el lujo” de disputar entre sí, con la apuesta nacional. Asimismo, debemos clarificar desde un principio la relación con el Partido Comunista, que debe ser, según mi apreciación, de colaboración en todo lo posible para impulsar una agenda de cambios profundos.

Nuestras jóvenes organizaciones tienen un gran desafío, y para ello deben apostar a la unidad sin perder sus particularidades ni perspectivas propias de construcción que, en la mayoría de los casos, superan lo electoral y se proyectan a largo plazo con perspectiva revolucionaria. Sin embargo, debemos entender que la actualidad nos obliga a tomar decisiones para salir de la marginalidad y dar un salto hacia la política de masas. Esto requiere vocación unitaria y claridad programática que debe ser desarrollada por todos y todas con rapidez, respeto mutuo y sin perder jamás la radicalidad que nos ha dado la lucha en todos los frentes.

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