La violencia es un ojo de agua que relampaguea cuando uno menos
lo espera. Como las tormentas de altamar o los movimientos telúricos, aquellos
que serpentean bajo la tierra y uno sabe cuándo comienzan, pero jamás cuando
terminan. Como el conflicto chileno-mapuche que se inició con la ocupación
militar del territorio mapuche por parte del Estado chileno a mediados del
siglo XIX, pero que no sabemos cuándo concluirá.
Incluso
el presidente José Joaquín Prieto de manera implícita reconoce la existencia de
la nación mapuche como entidad autónoma. Prieto señaló en un discurso en
1841que la guerra contra la Confederación Perú-boliviana y con “las tribus
bárbaras del Sur” habían sido los únicos problemas de paz exterior. Es decir,
de relaciones con potencias extranjeras, como él las llama. Por consiguiente,
el país mapuche es un territorio ocupado militarmente. Ese es el origen del
conflicto. Este es un conflicto chileno o, a lo sumo, un conflicto
chileno-mapuche.
Claro
porque la clase dominante no entiende que este es un conflicto político y no
delictual, criminalizándolo, recurriendo a la represión y perpetuando la
violencia del siglo XIX, pero ahora en el siglo XXI. Por una parte, se
unilateraliza el problema denominándolo conflicto mapuche, para de este modo
estigmatizar al pueblo mapuche y, por el otro, deslindar la responsabilidad del
Estado chileno. Asimismo, se despolitiza el tema, pues, como ha señalado el
Intendente Andrés Jouannet, todo se reduciría a un tipo de delincuencia rural.
Está meridianamente claro que no existe conflicto mapuche, sino que aquí
tenemos un conflicto chileno que se consolidó con la ocupación definitiva en
1883 mediante la circunloquiamente designada “Pacificación” de La Araucanía que
nada tuvo de pacífica. Si un Estado llega por la fuerza a otro país soberano,
como lo era el país mapuche, y usurpa el 90% de su territorio
¿No tendrían los mapuche el derecho a llamarle a eso
delincuencia rural? ¿No es delincuencia rural el proceso de contra-reforma
agraria llevado a cabo por la dictadura que despojó a los mapuche de 152 mil
hectáreas que les habían sido restituidas por el gobierno de la Unidad Popular?
Es terrorismo de Estado la represión experimentada por el pueblo mapuche por
militares y agricultores; y es violencia estructural también la consolidación
de la industria forestal en su territorio; de las centrales hidroeléctricas,
las carreteras, los vertederos, las plantas de tratamiento de aguas servidas,
la pesca industrial y prospecciones mineras.
Ante dicha violencia estructural, agenciada por el Estado y, en
el caso de las forestales, por empresas de seguridad con guardias que
constantemente amedrentaban a las comunidades, confrontado con la posibilidad
de desintegración territorial, social y cultural, segmentos del pueblo mapuche
concluyen que deben confiar en su propia fuerza e inteligencia para luchar por
sus derechos colectivos. Surge así un movimiento de resistencia a la violencia
estatal y el Estado responde con el terror, militarizando el territorio
mapuche, aplicando la Ley de Seguridad Interior del Estado y La Ley
anti-terrorista después. Hoy, 14 años después de haberse aplicado la Ley
anti-terrorista por el presidente Ricardo Lagos en 2002, el actual ministro del
Interior Jorge Burgos la invoca en el caso del matrimonio Luchsinger-Mackay
quienes murieron en el condenable ataque a su casa en enero del 2013. Ello no
obstante el hecho que Rodolfo Stavengahen y James Anaya, relatores especiales
de las Naciones Unidas para los pueblos indígenas han sido inequívocos en
señalar que la legislación anti-terrorista, implementada ante la supuesta
existencia del terrorismo mapuche, ha atentado contra cualquier tipo de juicio
justo. Ben Emmerson, relator especial sobre la promoción y protección de los
derechos humanos y las libertades fundamentales en la lucha contra el
terrorismo, fue aún más allá al puntualizar que la Ley se ha convertido en
parte del problema y no de la solución del conflicto. Por lo mismo, enfatizó:
“todo uso de la ley Antiterrorista debe cesar inmediatamente”.
En esta ocasión, con la detención de once comuneros del sector Padre Las Casas, nuevamente se evidencia la histeria racista. Basados en el testimonio de una persona quien, en el mismo tribunal públicamente se retractó de su declaración explicitando que la policía lo había obligado a confesar algo que no es verdad, tanto los medios de comunicación como la fiscalía, ya dan por hecho que los detenidos –todos mapuche– son culpables de un acto delictual.
Incluso
los niños mapuche son tratados como criminales; es lo acaecido en octubre de
2014 donde fueron detenidos 2 comuneros adultos y 3 niños en la comunidad
Coñomil Epuleo. Los niños fueron golpeados y uno de ellos baleado con
perdigones. Estuvieron 4 días detenidos y fueron llevados esposados y los
mantuvieron en esa condición en el Tribunal de garantía de Collipulli. El
ministro de Justicia, José Antonio Gómez, sostuvo que no habría sanciones o
sumario alguno a los gendarmes, porque se habían cumplido todos los protocolos.
Además, uno de los niños mapuche relató que cuando lo llevaron al hospital a
constatar lesiones, el doctor le dijo: “ojalá todos los de tu clase se murieran,
ojala tú te hubieras muerto…”
Es
que para algunos los mapuche no existen, para otros son terroristas del Estado
Islámico –como lo dicen panfletos de un delirante autodenominado grupo
paramilitar Húsares de la Muerte. Para otros son simplemente chilenos o,
quizás, piezas de museo. A éstos últimos, al mapuche arqueológico, se le
acepta, porque está distante en el tiempo y en el espacio, no es peligroso. Al
de hoy, al de carne y hueso, se le discrimina, se le empobrece, se le reduce,
se le obliga a emigrar. Por eso se inventan vínculos con las FARC, Al Qaeda,
con la ETA, entre otros. Jamás se ha podido comprobar nexo alguno, pues no
existen. La rebelión mapuche, la insurrección mapuche, el alzamiento mapuche,
la zona roja mapuche, son inventos mediáticos y estrategias de guerra
psicológica para justificar la represión y reproducir el modelo neoliberal y el
capitalismo en territorio mapuche.
A
jóvenes mapuche, como Alex Lemun, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío, se
les asesina, pero Juan de Dios Fuentes, agricultor y presidente de “Paz en La
Araucanía” se pasea armado con una pistola al cinto en una manifestación y nada
le sucede. Aquí hay un trato discriminatorio ante la Ley: al mapuche se le
presupone culpable por el sólo hecho de ser mapuche. Esto es racismo jurídico.
Además, valga recordar que grupos paramilitares han desempeñado un papel infausto en lo concerniente a pueblos indígenas en países como Brasil, Colombia, Guatemala, México, Paraguay, entre otros. Esperemos que no sea lo mismo en territorio mapuche, pero el gobierno o los políticos no hablan de paramilitarismo, sino que sólo de terrorismo mapuche. Es más, el ex ministro de agricultura, Luis Mayol, dijo entender que los agricultores se armaran para defenderse de posibles atentados.
Además, valga recordar que grupos paramilitares han desempeñado un papel infausto en lo concerniente a pueblos indígenas en países como Brasil, Colombia, Guatemala, México, Paraguay, entre otros. Esperemos que no sea lo mismo en territorio mapuche, pero el gobierno o los políticos no hablan de paramilitarismo, sino que sólo de terrorismo mapuche. Es más, el ex ministro de agricultura, Luis Mayol, dijo entender que los agricultores se armaran para defenderse de posibles atentados.
Esto es sumamente peligroso, especialmente si los agricultores y
los transportistas ya han demostrado su poder y evidenciado, al mismo tiempo,
la debilidad del gobierno. Es inaudito que un grupo de camioneros paralice las
carreteras, tenga al país en vilo y que, además, sean recibidos en el palacio
presidencial por el ministro del Interior. ¿Qué pasaría si los mapuche hicieran
lo mismo? ¿Los dejarían siquiera salir de Temuco
Una
pregunta que uno debiese hacerse es: ¿Si realmente existiere terrorismo en
territorio mapuche, cómo es posible que la industria forestal haya crecido
exponencialmente en las últimas décadas y haberse expandido sus plantaciones de
300 mil hectáreas en 1970 a 2,5 millones de hectáreas en la actualidad? ¿Cómo
ha logrado transformarse en la tercera industria más importante de Chile luego
de haber sido un sector marginal en 1970? ¿Cómo pueden haber sido el valor de
sus exportaciones 1.829 millones de dólares en 1997 –año de inicio del
conflicto chileno-mapuche- y haber ascendido a 6 mil millones de dólares en
2015? Algo no calza. Si es que hubiese terrorismo, como dicen que hay, si
hubiera el clima de terror, inestabilidad e incertidumbre que afirman que
existe, cómo siguen operando y obteniendo tantas utilidades en territorio
mapuche? Algo no calza.
En
el sur no existe terrorismo mapuche, sino que violencia política ejercida por
ciertos sectores minoritarios del movimiento mapuche que consideran legítimo
bregar no sólo por tierra, sino que también por territorio. Luchan por la
libre-determinación, derecho consagrado en el artículo 3 de la Declaración
Internacional de Derechos de los Pueblos Indígenas –firmada también por Chile–
en 2007. Si el Estado chileno lleva más de siglo y medio utilizando la
violencia contra ellos, sienten tener el legítimo derecho a la autodefensa. El
recurso a la violencia política es un instrumento descolonizador ante la
violencia histórica. La violencia utilizada por algunas organizaciones mapuche
es substancialmente contra la propiedad privada, sea esta de empresas
forestales o de agricultores particulares.
Desconocer
la existencia del fenómeno de la violencia política es tan absurdo como
sostener la existencia del terrorismo mapuche. También es necesario puntualizar
que no sólo las comunidades en resistencia postulan la demanda autonómica sino
que, de diversas maneras, otras organizaciones –la mayoría– también lo hacen a
través de cauces institucionales y ninguna está planteando, como lo ha señalado
Jorge Burgos: “un Estado dentro de otro Estado”.
Lo
que sí está claro es que el gobierno está profundamente errado si piensa que
recurriendo a la represión va a resolver un problema que el mismo Estado
originó. El conflicto no se detendrá con más violencia, por el contrario, sólo
generará mayor violencia. El problema no es policial, sino que político, el
conflicto chileno-mapuche no se resuelve con la designación de un fiscal
preferente o la detención de comuneros basado en la prueba de una persona cuya
confesión se obtuvo de manera dudosa y que hace recordar otros montajes
pasados.
Las
políticas represivas de sucesivos gobiernos de la Concertación, de Sebastián
Piñera y de la Nueva Mayoría no han resuelto nada, por el contrario, han
agravado la situación, toda vez que existe una nueva generación de mapuche que
viven permanentemente bajo el asedio policial, que conocen de allanamientos,
helicópteros, tanquetas y fuerzas especiales. La violencia acá es estructural,
tiene un contenido histórico y un origen chileno. El Estado chileno surgió, se
desarrolló y consolidó negando a los pueblos originarios. Aquí hay que decir
las cosas por su nombre: el país mapuche es un país ocupado por un ejército
extranjero por la fuerza. Así de simple y así de terrible. Esto es terrorismo
de Estado.
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