Texto leído en presentación del libro el Diario del "Che Gay en Chile"
Hay algo complejo al presentar el trabajo de un amigo, pues
pareciera que es necesario tomar distancia para distinguir la obra de aquello
que conocemos de él. En el caso de “El Che de los Gays”, personaje que
caracteriza Víctor Hugo Robles, es más dificultoso aún, pues a ratos se vuelve
imposible distinguir la obra del autor, de manera que en términos de la amistad
se vuelve difícil diferenciar si somos amigos de “El Che de los Gays” o de
Víctor Hugo Robles, o quizás de ambos. Tal vez somos un grupo de amigos. Tres
amigos que comparten una complicidad política, pero también los desencuentros y
afectos propios de la amistad. No soy sólo amigo de Víctor Hugo, sino también
de su obra, “El Che de los Gays”.
En “El Diario del Che Gay en Chile”, todo esto se parece mezclar.
Es como ver el álbum de un amigo en que uno va recordando momentos que ha
olvidado y conociendo otros nuevos. En algunos momentos pareciera ser de Víctor
Hugo de quien se habla y en otros de “El Che de los Gays”. Me siento cómplice
de ambos, aunque a veces, debo reconocerlo, me indispongo. Es posible que entre
ellos dos pase algo parecido. Que a veces, Víctor Hugo se encante con “El Che
de los Gays” y en otras, se enoje, se distancie y se reencuentre.
Yo no soy académico ni me he formado como intelectual. Provengo del
sindicalismo, del activismo social y político, por lo que mi lectura de “El
Diario del Che Gay en Chile” la realizo rescatando esas líneas y a ellas me
refiero en esta presentación.
El libro me hace coincidir con Víctor Hugo y con “El Che de los
Gays” en diversos recuerdos y episodios de la historia. Existen al menos tres
momentos en los que mi historia coincide con la biografía del Che Gay y con
Víctor Hugo Robles. Luego del prólogo de Cristián Condemarzo y Faride Zerán se
parte con una frase de Gladys Marín: “La vida es necesaria con irreverencia”.
Es un bonito inicio, en que yo mismo me siento representado. Gladys es una
figura en la que los tres –Víctor Hugo, el Che Gay y yo- pareciéramos
encontrarnos. Víctor Hugo como su amigo -y está la columna que Gladys le dedica
el año 2002-, y yo como admirador político de Gladys. El libro, entonces, parte
desde su encuentro con Gladys, una de las más destacadas y valerosas dirigentas
de la izquierda chilena en los últimos 50 años. En la misma época, yo me
encuentro con Gladys y me siento llamado a ingresar al Partido Comunista, donde
milité varios años y en la que de verdad me formé como dirigente sindical y
político. Luego viene la elogiosa reseña que Víctor Hugo me hace en El Quinto
Poder en 2013. Una reseña escrita cuando germinaba una cómplice amistad y yo me
presentaba como candidato a diputado en nombre de los trabajadores del cobre
por las ciudades de Calama y Tocopilla.
Un capítulo me une de modo particular con “El Che de los Gays”. El capítulo
4. En él el libro se vuelca a revisar distintos momentos e intervenciones
políticas activistas de Víctor Hugo Robles. Estas intervenciones no deben ser
leídas sólo como una crítica a las posiciones de una derecha reaccionaria o
únicamente como respuesta a un catolicismo conservador –del que Víctor Hugo se
declara “apóstata”-, como es lo esperable de un activismo por un libertarismo
sexual, sino como una crítica general al ejercicio de la política, incluyendo,
obviamente, en esa crítica a la izquierda latinoamericana y chilena y el lastre
homofóbico, violento y autoritario que ella carga. Nuestra izquierda, como
sabemos, desatiende la fuerza emancipadora de la diversidad sexual, o si no,
mantiene silencio o indiferencia ante aquellas justas causas y demandas
políticas.
En el primer caso, de violencia expresa, ejemplo claro es el que
señala Víctor Hugo en un libro anterior –“Bandera Hueca. Historia del
Movimiento Homosexual en Chile”- con la reseña de la primera protesta travesti
en el año 1973, coincidentemente acá mismo, junto a la estatua de Pedro de
Valdivia. Allí, Víctor Hugo expone la violencia de una izquierda que no duda en
referirse en términos agresivos y despectivos. En el otro caso, es la
imposición a que lo propiamente programático de la izquierda sea únicamente lo
relativo al Estado, la clase, el sindicalismo y la redistribución económica. La
diversidad sexual y sus demandas, son vistas en este caso, como algo
secundario, con la sospecha de que se trata de una demanda con tufillo liberal o
que en última instancia, se resolverá “por chorreo” una vez conquistado el
socialismo.
Ante eso, “El Che de los Gays” pareciera ser un misil
dirigido no al conservadurismo derechista, sino al “fuego amigo” del
conservadurismo patriarcal de izquierda. Ese que mira con sospecha cuando un
dirigente o dirigenta es transgénero, gay o lesbiana.
O si no es con recelo, con paternalismo. Víctor Hugo y “El Che de
los Gays”, lúcidamente, aluden a esto en un texto presentado en un encuentro de
ciudadanía y performance en Sao Paulo al reseñar la figuración política que en
el 2011 y 2012 tenía Eloísa González. Como aguerrida dirigenta secundaria de la
Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios ACES, Eloísa no dudó hacer
pública su disidencia sexual con el fin de politizar y sexualizar la demanda
por una educación gratuita. “La visibilidad de Eloísa, la “Elo”, como le dicen
sus amigas lelas, lesbianas, puso en aprietos al machismo de la milica
educación chilena y cuestionó a los propios estudiantes que con gritos genitalizados
y machistas en las marchas multitudinarias, hicieron pensar que la deseada
revolución sexual estaba lejos de construirse e imaginarse”, dicen Víctor Hugo
y el “Che”, allí.
Ahora que con Víctor Hugo coincidimos en un nuevo espacio de
construcción –la Fundación Emerge-, que se abre a problematizar y posibilitar
articulaciones entre las múltiples demandas sociales y políticas radicales
–económicas, sexuales, ambientales, sindicales- me parece que “El Che de los
Gays” también se hace presente en la esperanza de construir una izquierda
emancipada, no autoritaria y sobre todo, no machista. “El Diario del Che Gay en
Chile” de Víctor Hugo Robles nos formula esa bienvenida invitación.
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